El Aconcagua es la montaña más alta de Los Andes, lo que la convierte en la más alta del continente americano y la segunda más alta del mundo después del Himalaya. Esta montaña tiene dos cimas que se distinguen por la Cumbre Norte con 6.962 metros y la Cumbre Sur con 6.930 metros de altitud. Se encuentra muy cerca de la frontera con Chile, a 14 kilómetros, lo que la convierte en una montaña íntegramente de territorio argentino.

Aconcagua Argentina


Antiguamente se pensaba que el Aconcagua podía ser un volcán, ya que sus rocas sugerían un origen volcánico, sin embargo se demostró que no posee ningún tipo de cráter y se dedujo lo contrario.

Es una montaña muy frecuentada por alpinistas y aventureros de todas partes del mundo en busca de deportes extremos, ya que posee numerosas rutas de diferentes dificultades y una belleza inmensa. En el periodo de diciembre a marzo, recibe más de 6.000 visitantes atraídos por sus maravillosos paisajes y por las experiencias de montaña que ofrece.

Ascenso al Aconcagua


De forma bipolar, el Aconcagua ofrece un camino sencillo y otro de alta dificultad:

  • Considerada como su "ruta normal" y la más frecuentada, su Cara Norte se encuentra situada al noroeste de la montaña y ofrece un ascenso técnicamente fácil sin pasajes de escalada pero con fuertes efectos de presión atmosférica.
  • La Cara Sur es mucho más arriesgada y presenta un alto grado de dificultad, ya que cuenta con una gran pared de hielo de 3.000 metros de altura. No está monitorizada por la patrulla de rescate debido a su alta dificultad y al riesgo de derrumbes y avalanchas que presenta.

Ascenso de dificultad


Extracto de la entrevista a Héctor Ponce de León para Yumping México, a continuación os presentamos el fascinante relato del alpinista mexicano Héctor Ponce de León en uno de los ascensos más difíciles de su vida en esta Pared Sur del Aconcagua:

Yumping México- ¿Hay algún momento excepcional durante un ascenso que te haya marcado para el resto de tu vida?
Héctor P.L.- Pues sí, de nuevo me remito a un ascenso que te acabo de contar, pero uno de los momentos que más recuerdo por la intensidad y por las situaciones del lugar en el que estábamos es en la Pared Sur del Aconcagua.

Esta pared se encuentra clasificada en el libro Las Grandes Paredes junto a otras nueve paredes, por lo que está considerada como una de las diez paredes más difíciles del mundo.

Pared Sur del Aconcagua


En ella, de nuevo Andrés Delgado y yo nos propusimos hacer un ascenso de estilo alpino, nos aclimatamos por otra ruta y nos fuimos hacia el lado Sur de la montaña y empezamos a escalar. Y de nuevo vuelvo a mencionar que para hacer tantos metros de pared en este estilo, tienes que practicar escalada muy rápida e ir muy ligero para poder alcanzar la velocidad que te permita en 3 días escalar 3.000 metros.

Esto implica que llevas realmente poco equipo, vas con lo estrictamente indispensable. Por ejemplo, Andrés y yo llevábamos una sola cuerda de 50 metros y apenas unos cuantos clavos. Esto te lo menciono porque en este tipo de ascenso existe lo que yo llamo -el punto de no retorno-, y es que sabes que cuando escalas los siguientes 20 metros ya no hay vuelta atrás, vas a tener que hacer cumbre para poder descender por el otro lado de la montaña, es decir, ya no tienes equipo suficiente para retirarte. Y bueno, estos son momentos increíblemente intensos, como te podrás imaginar.

Lo que nosotros nos propusimos en esta cara Sur del Aconcagua era hacer toda la pared en 3 días. El plan resultó exitoso los dos primeros días. Llegamos en la tarde/noche del segundo día al punto que nos habíamos marcado, a una altura de 5.900 metros. Nos faltaban unos 1.000 metros de escalada para hacer cumbre al día siguiente por esta pared de nieve y hielo que precisamente se conoce como la Rampa Messner.

Esa última noche nevó mucho, empeoró el tiempo y se cerró. Y bueno, al día siguiente no pudimos empezar a escalar a la hora que teníamos previsto. Queríamos empezar a las 6 de la mañana para hacer cumbre por la tarde y comenzar el descenso por el otro lado. Pero no pudimos porque había mucha nieve y caían pequeñas avalanchas que nos hubieran arrastrado. Finalmente no pudimos empezar a escalar hasta las 3 de la tarde. Aunque intentábamos ir a la máxima velocidad posible, llegaron las 9 de la noche y todavía nos faltaban 600 metros para la cumbre. ¡No teníamos comida, habíamos abandonado la tienda que llevábamos para aligerar peso! Pues... Anocheció y estábamos a mitad de una pared de hielo... Ya sin comida, sin agua, nada. Nos quedamos colgados en la pared sin sacos de dormir, obviamente, sin siquiera chaquetas de pluma, solo con lo básico que llevábamos para escalar.

A la mañana siguiente, cuando finalmente salió el sol, te puedes imaginar el estado en el que estábamos: congelados, doloridos por estar sentados en el arnés... Y la verdad es que no veíamos cómo íbamos a escalar esos últimos 600 metros de hielo que se veían muy difíciles, muy duros. Y nos dimos cuenta de que realmente la cuerda ya no nos servía para nada... Estábamos tan cansados que solo necesitábamos subir esa pared rápido y, por muy arriesgado que fuera hacerlo sin la cuerda... pues ya no tenía sentido, era la única manera. Y recuerdo perfectamente ese momento de decisión de desatarse y dejar caer la cuerda por aquella pared y verla caer...

Andrés, que siempre tuvo una determinación y una firmeza increíbles, fue el primero de los dos en empezar a escalar. Se quitó el mosquetón y empezó a moverse por el hielo que se veía durísimo. Yo lo veía que le costaba, los crampones apenas agarraban en el hielo que brillaba de lo duro que estaba. Y la verdad es que verlo avanzar a él, que era tan buen escalador, tan lentamente y con tanto esfuerzo, a mí me invadió un miedo fortísimo. Pensé que no sería capaz de hacerlo y la verdad es que me costó unos 20 minutos...

Finalmente me armé de valor y quité los mosquetones, saqué el martillo y empecé a moverme. Los primeros metros por ese hielo por el que antes había pasado Andrés fueron quizá los momentos más espantosos que jamás haya vivido en la montaña. Golpeaba con el piolet y el hielo lo rebotaba sin conseguir que se quedara clavado. Miraba hacia abajo y veía bajo mí más de 2.000 metros de caída y...

Ocurrió algo increíble. De pronto me di cuenta de que ya no tenía nada que perder. De estar totalmente aterrorizado, casi paralizado por el miedo, en un instante me calmé, empecé a respirar y comencé a moverme con mucha fluidez, con mucha soltura. De repente mi piolet empezó a clavarse, mis crampones empezaron a penetrar en el hielo y entré en un estado fabuloso. Me movía con mucha fluidez, todo mi universo se redujo a los pocos metros cuadrados de hielo que tenía delante. Me olvidé de dónde estaba y de dónde venía. Todo lo que yo era en ese momento era movimiento sobre el hielo. Esta fue realmente una experiencia que quizá pueda sonar un poco exagerada, pero fue casi mística en el sentido de que era como si alguien más estuviera escalando por mí y yo simplemente estuviera disfrutando del recorrido. E incluso en un momento dado entré como... como en trance, no encuentro otra palabra para describirlo. Y cuando me di cuenta, la pared había terminado y hasta sentí una cierta desilusión. Durante el tiempo que duró aquel muro, fueron un par de horas en las que la situación me llevó a un estado de conciencia increíble, sin ningún pensamiento, sin ninguna preocupación. Solo era alguien que estaba escalando.

La verdad fue un momento muy intenso, muy bello y, curiosamente, vino después de un momento aterrador. Este, te puedo decir, es uno de los momentos que más me ha marcado, más memorable, más intenso y más revelador en muchos niveles.