El trabajo y nuestro estrés cotidiano hace que no tengamos tiempo para dedicarlo a disfrutar de nuestros ratos libres y descansar. Todos tenemos nuestras preocupaciones y a veces no vemos (o no queremos ver) que necesitamos relajarnos un poco y cambiar de aires, haciendo algo... diferente.

Y como yo también soy humana tengo en la cabeza mil cosas que apenas me dejan desconectar y dedicarme un poco de tiempo para mí sola. Así que el domingo pasado decidí pasar el día fuera haciendo algo que no había hecho desde hacía años: una ruta a caballo.


Excursión a caballo con Pumuky

Pensé que sería el momento de relajarme viviendo una aventura en la que sólo estuviera la naturaleza y yo, nada más. Ni móvil, ni internet, ni familia, ni trabajo... en definitiva, nada que pudiera hacer que mi domingo no fuera un domingo en condiciones, sin ningún tipo de preocupación que ocupara mi mente.

Ahí estaba yo en plena sierra madrileña con un caballo de lo más espectacular. Además de sus grandes dimensiones tenía un color canela que brillaba con los rayos del sol que por fin salieron de su escondite, después de estar prácticamente todo el invierno nublado. Una pequeña mancha en la frente de color blanco era lo único que perturbaba el tono uniforme del resto del cuerpo y las crines ondeaban con el viento que se colaba entre los árboles. 

Antes de subir al animal el monitor me explicó cómo hacerlo, puesto que los años han borrado de mi mente las estrategias y la falta de práctica ha hecho que algo tan simple como saber que hay que montar por el lado izquierdo del equino se me hubiera olvidado. Una vez arriba pude comprobar que la perspectiva cambió totalmente y que desde allí todo se veía distinto.

Tras un leve golpecito con mis pies Pumuky, que así se llamaba el caballo, comenzó a andar suavemente tras el monitor, montado en su caballo árabe de color negro azabache. Sentir el balanceo del animal a cada paso y descubrir una naturaleza tan verde debido a las últimas lluvias me hizo evadirme de las responsabilidades y pude dejar, por fin, mi mente en blanco.

 
El caballo árabe del monitor

Poco a poco los pasos se fueron aligerando y pudimos observar la fauna del bosque mientras escuchábamos los cantos de los pájaros. El guía durante unos instantes me comentó anécdotas sobre su convivencia con los equinos y pude comprobar que son unos de los animales más nobles con los que te puedes encontrar.

La hora que duró el paseo a caballo se me hizo corta. Muy corta. Quisiera que ese momento no hubiera terminado nunca porque me sirvió para conocer una parte de Madrid que no conocía desde una perspectiva totalmente nueva, aprovechándome así de las oportunidades que puede ofrecernos el turismo activo.

Al bajar de Pumuky me hice la promesa de que no volvería a dejar pasar tantos años para volver a montar a caballo. Es toda una experiencia muy recomendable. 

¿Por qué no aprovechas el puente de San José para hacer una excursión a caballo?