Era uno de esos días en los que no sabes dónde viajar pero te apetece hacer algo distinto y dices, ¿por qué no conocer la sierra madrileña? Nos embarcamos entonces en una aventura en la que podríamos aprovechar el fin de semana para realziar turismo activo y descubrir pueblos que hasta entonces no habíamos recorrido.

Los pueblos que serpentean por estas laderas tienen el don de parecer pequeñas pinceladas, enmarcadas en un cuadro del mejor pintor impresionista. La riqueza que se concentra en estas tierras va más allá de lo común. Es la niña bonita de la zona más septentrional de la provincia de Madrid, aunque también la más olvidada. Por suerte, el repentino auge del turismo rural en los últimos años, ha hecho que esta área despertase para sus gentes y para todo aquel que tuviese la grata oportunidad de visitarla.


Un pueblo de belleza excepcional

Carretera y manta y, provistos de todo lo necesario, no nos quedaba otra cosa que admirar la hermosa película que se proyectaba detrás de la ventanilla de nuestra pequeña furgoneta. Os puedo asegurar que, en ese preciso instante, estábamos seguros de que el concepto de cualquier escéptico sobre el encanto de Madrid, cambiaría, dándose cuenta de que estaba en un grave error.

No queríamos desechar nada de lo que ese espectacular paisaje nos regalaba en cada uno de los kilómetros que dejábamos atrás. Nuestro primer destino sería Aoslos, un pequeño pueblo (puedo recalcar, diminuto), situado a 84 km. de Madrid, que debe su denominación a la cultura celta. Esta zona fue, sin duda, la principal arteria de paso y aún hoy es también la más representada en territorio madrileño. Por ella discurrían millones de animales,cada año que invernaba en los llanos y valles de Talavera, Guadalupe y Almadén.

Pasamos enseguida este enclave de curioso nombre, que yacía espectante bajo la manta de nubes que nos vigilaba. No tardamos en llegar a Horcajo de la Sierra, un paraje enclavado en las estribaciones meridionales del macizo de Ayllón, perteneciente a Somosierra. Su nombre debe su origen a la naturaleza geográfica que detenta este lugar: "horcajo" significa confluencia de dos ríos, en este caso, del río Madarquillos con su afluente, el arroyo del Valle de Las Moreras.


Admira paisajes como este

Horcajo es una de las primeras poblaciones de la zona; la elección de su emplazamiento sobre un cerro que domina el principal camino hacia el norte de la Península, hace pensar en una finalidad defensiva, además de ganadera. Uno de sus mayores tesoros es la Iglesia de San Pedro in Cathedra, que fue construida en el siglo XV, pasando a formar parte de los innumerables ejemplos de la corriente gótica. Consta de una sola nave con coro alto a los pies y un ábside poligonal reforzado con contrafuertes en el exterior. Posee, en su interior, un retablo gótico del XVI, que contiene diversas tablas flamencas, una imagen de San Pedro y una sepultura a los pies del altar.

Siguiente destino: Horcajuelo de la Sierra que, a 1.145 m. de altitud, está regentado por diversidad de pequeños cauces de agua, que posibilitan zonas de huerta y pasto intensivo. Todo aquel que se se asome a este enrejado de cultura y empedrado, como base de sus hermosas viviendas, no puede dejar de visitar la Iglesia Parroquial de San Nicolás de Bari, construcción barroca, con una capilla gótica del siglo XV y el Museo Etnológico, que reproduce una antigua vivienda rural típica de la zona, además de pequeña exposición de trajes típicos; todo ello complementado con una fragua y una pinacoteca.


Pueblos escondidos

Paramos para comer y disfrutar del mejor sabor del pueblo, nuestra comida sería coronada con un buen plato de queso de la zona. No se podía pedir más. Tan sólo un buen café para continuar con nuestra marcha. Nos encaminamos, admirando como hasta ahora la riqueza visual que el paisaje nos ofrecía, hacia Montejo de la Sierra, nuestro siguiente alto en el camino. Nada más salir de Horcajuelo, vimos cómo todo aquel que desee comer puede hacerlo en un merendero que se encuentra situado al lado del arroyuelo que circunda la ciudad. Una alternativa perfecta para disfrutar del aire libre con una buena comida.

No tardamos en llegar a Montejo de la Sierra, un pequeño pueblo de no más de 300 habitantes, que alcanza los 2.000 metros de altitud en algunas zonas. Con estos datos, se nos indica que el terreno es bastante montañoso, característica que aparece acompañada de vegetación formada por extensas praderas, bosques caducifolios y de coníferas. Además de poseer amplias zonas de robles y rebollos, como el resto de la comarca, destaca un bosque de hayas de gran interés, denominado Hayedo de Montejo, asociado también a robles y acebos.


Adéntrate en las montañas

Nos quedaba poco tiempo para que el cielo empezase a privarnos de la intensa luz que nos ofrecía un día nublado como el que estábamos viviendo. Así que, decidimos seguir con nuestro trayecto y subir el Puerto de La Hiruela, cuyo término municipal perteneció a la Comunidad de Villa y Tierra de Buitrago, siendo cabeza del Cuarto de las Cuatro Villas.

Una vez allí y cuando llegó el ocaso admirar la belleza del atardecer, que nos circundaba. Se respiraba aire fresco, y el frío comenzaba a despuntar en el lugar donde, a tanta altura, podíamos sentirnos los reyes del mundo...